Siempre lo he dicho; y lo repito: amigo que no ocupa, no es amigo. Es un mueble, una sombra, poco menos que el boceto de aquello que debió concretarse en algo muy importante en nuestras vidas.Un amigo es alguien de carne y huesos que nos importuna con una visita cuando estamos en la cárcel. O que provoca que se nos lastime la herida recién suturada contándonos ese chiste que ilumina un poco la insalubre sala del hospital. Un amigo, en fin, es, utilizando ese lugar común de las expresiones, el paño de lágrimas o el hombro que se nos ofrece en medio de la desesperanza, del dolor o del descreímiento. Un amigo es eso y más. No es ese ídolo inalcanzable, que flota allá arriba en las altas nubes sin escucharnos.Y la distancia no es un obstáculo. Ni la ausencia física. En algunas ocasiones esa particular voz que escuchamos a través del teléfono representa los valores de la amistad con más fuerza que quien se agita a nuestro lado. No hay un rostro, una mirada, ni una seña en particular; hay, sin embargo, algo que supera con creces la ausencia de lo anotado: hay sinceridad. Y esa es la principal pilastra que sostiene el resto de la edificación. Porque no hay amistad donde no existe la sinceridad. Lo demás son simples detallitos, superables entre dos corazones que se comunican.
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