¿Qué justifica que un ser humano tome un lápiz, una hoja de papel, y se ensañe con las lacras éticas y morales de otro ser humano al que, quizás, ni siquiera conozca en persona?¿Resentimiento?¿Crueldad?...Por supuesto que no. Sólo son gajes del oficio. Porque si bien en sus albores, allá por los tiempos de Da Vinci y Aníbal Carraci, la caricatura enfatizaba, recargando el lápiz, las deformidades físicas de sus modelos, a estas alturas del cuento los cultivadores contemporáneos del género hemos desviado nuestro enfermizo placer hacia las deformidades del carácter. Y al hacerlo hemos topado con una mina de oro para beneficio del humor, porque si algo abunda en este destartalado mundo son las deformidades del carácter. Mírese nada mas al Bush hijo, armando todo un sainete y poniendo los recursos de la nación más poderosa del mundo a dispocisión de la venganza pendiente de "papi Bush".Aunque no puedo negar el placer que produce la burla cáustica, el dardo satírico destinado a esos personajes que nomás asumir sus puestecitos, se embriagan de la estupidez que siempre va de la mano con el poder, no puedo dejar de repetir con Larra que "somos satíricos porque queremos criticar abusos, porque quisiéramos contribuir con nuestras débiles fuerzas a la perfección posible de la sociedad a que tenemos la honra de pertenecer". Y claro que si en el camino nos pagan por desperdigar nuestra bilis burlesca, pues, sarna con gusto no pica...Algunas veces, como en mi caso, se llega a la caricatura como una venganza contra el pasado. Contra ese pasado pletórico de maestros y profesores solemnes, verdugos de la jocosidad juvenil y esclavos del ceño fruncido. Con un pasado semejante no se puede llegar, si se tiene una pizca de rebeldía, a otro oficio que no sea el del humorismo.Asumimos, como Guille, el caricaturista chileno, eso de " quiero al mundo, sufro por él, y lo critico porque me importa,siempre en la esperanza de que la crítica ayude a un cambio para mejor ". Sin embargo, flaquea alguna veces el optimismo del oficio.Sobre todos por estas latitudes latinoamericanas, donde el bolsillo de los políticos corre más rápido que los principios éticos; donde comprobamos a diario que, en eso de la corrupción, estamos muy bién acoplados al resto de la humanidad. Al final, como un eco, nos queda la letanía jaculatoria del mexicano Rius que lamentaba que "cada vez hay más corrupción y cada vez tratamos peor a los políticos, pero ni así se logra cambiarlos. Resulta frustrante el oficio".Menos mal que lo único que queremos cambiar, algunos, es el cheque de gratificación...¡ y el maldito vhs por uno de esos modernos artilugios de dvd!No faltará quien pueda decir, sin miedo a pontificar, que la caricatura es una sátira gráfica, de la mejor o peor estirpe, preñada de exageración formal, que arremete contra el poder, en cualquiera de sus manifestaciones, con la única finalidad de sacudir la libertad adormilada y sacar de su marasmo a la conciencia crítica del lector. Si no va acompañada de algunos tintes éticos, su autor es solamente un habilidoso artista, que no podrá repetir con Juan XXIII: " el sentido del humor es un deber para con el prójimo".Yo seguiré caricaturizando por diversión, por bilis, por venganza contra una humanidad que no me permitió nacer, sino rey, al menos multimillonario; porque eso del trabajo, como buen católico, sígolo considerando una maldición, una hipoteca con la que me despojaron de mi paraíso perdido.
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