Duelen las ausencias, los escapes...las huidas. Se presentan en diferentes tonos y matices; pero, todas duelen por igual. Duelen en la superficie, en lo hondo; en cada recuerdo y pensamiento. Duele cada sueño pendiente; cada ilusión frustrada; todos los anhelos rotos.
Hay pérdidas que va a esquinarse en una tumba, en una lápida sentida. Otras, van a encallar en el olvido, en las penumbras de lo que alguna vez fue posible y no llegó a concretarse. E intentas seguir la marcha, pero ya nada es igual: el abandono pesa como una lámina de acero sobre el corazón desfalleciente. Simplemente, de ahí en adelante, los amaneceres se repetirán uno en pos de otro, como un proceso mecánico: sin magia, hechizo ni encanto.
Ocaso de la infancia
Hace 13 años
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