Hasta hace muy poco, eramos fieles creyentes de que el canibalismo, campante y rampante, estaba erradicado de la faz de la Tierra. A excepción de los episodios aislados y truculentos de los asesinos psicópatas que en un arranque gastronómico nos sorprendían cenándose a cualquier vecino, éramos capaces de jurar, ante notario y cardenal, que estas barbaridades eran un capítulo superado de la historia humana.Lejos, muy lejos, y hundidos en los pliegues de la memoria permanecían olvidados aquellos rituales primitivos en los cuales nuestros antepasados biológicos, para asimilar las virtudes de los héroes que despertaban sus envidias, procedían, previa sazón y pasada por la parrilla, a atragantarse con sus jarretes. Creían fielmente que para adueñarse del valor del guerrero caído en combate bastaba con comerse su hígado -el del muerto -.Si era inteligencia lo que anhelaban no había más que engullir las orejas de algún genio caído en desgracia; si el mismo resultaba extremadamente orejón, pues, mucho mejor, resultaban luego del banquete con niveles intelectuales como para apenar al más pintado catedrático que se toparan. Si de lo que se andaba escaso era de fuerza ya el menú resultaba un poco escandaloso. El debilucho en cuestión tenía que engullir los testículos de la víctima. Y crudos, preferiblemente. Asados o hervidos los platillos perdían una porción considerable de su virtud.Superadas estas manías culinarias, ligeras remembranzas de ellas nos llegaban a través de manifestaciones artísticas, siempre chocantes en cuanto asumían el tema.Dentro de la literatura hay quien le encontró usos políticos a eso de ponerle el diente al prójimo. Al ver el desmedido aumento de los niños indigentes en las calles de su Irlanda natal, Jonathan Swift propuso en un ensayo satírico que se estableciera la política de reservar a los hijos de los pobres como manjar para las mesas de los ciudadanos cuyos estómagos y bolsillos pudieran darse el gusto. Previa indemnización de los deudos, eso sí, y bajo condición de no invitarles a probar el manjar.Y aún las modernas manifestaciones del arte gráfico también se han regodeado en estos bufetes culinarios. Zhu Yu, un artista chino de treinta y dos años, estremeció a la vanguardia artística de Pekín con unas fotografías en las cuales se mostraba mordiendo diversas partes de un feto humano.Y aunque el repudio a semejantes comensales es pregonado a los cuatro vientos por la opinión pública, también es cierto que la audiencia alcanzada por la cadena británica Channel 4 alcanzó el millón de espectadores cuando se presentó el reportaje sobre el artista en cuestión, con fotos de la vajilla y el menú adjuntadas.Incluso un artista de la talla de don Francisco de Goya y Lucientes no pudo resistirse a los encantos de la carne humana. En una de sus famosas pinturas negras, Saturno devorando a sus hijos, el pintor español inmortaliza al dios romano en pleno festín filial. Luego de destronar a su padre, matándole y arrancándole los genitales, los oráculos le anunciaron que correría igual suerte en mano de uno de sus hijos por lo que, para evitar el desbanque y el genitalicidio, el gourmet romano se almorzaba a sus hijos a medida que nacían.Y aunque teníamos noticias de aquellos amantes que se comen a besos, o de los novios que bajo los efectos de una pasión juvenil se enredan en una orgía de mordiscos, el canibalismo, el campante y rampante en el cual alguien se almuerza a su prójimo sin ningún escrúpulo, ese canibalismo lo creíamos erradicado de nuestro entorno. Pero, claro, también creíamos erradicada la viruela y las armas químicas y nos equivocamos de canto a canto.¿Será que a consecuencia de este desencanto es que una pandilla de antropófagos se ha instalado en las estructuras de poder del coloso norteamericano y dispuesto para sus mesas y vajillas todo el fiambre humano que se les interponga en sus apetitos? Sólo así comprenderíamos por qué el señor George Walker Bush se ha inclinado por una nueva dieta abundante en proteínas humanas. Porque no de otra manera es que se explica su reciente obsesión por comerse vivo, primero a Saddan, y últimamente a quienes llevan la batuta en la vecina Irán. La pregunta que se impone es: ¿cuál es la cualidad que desea asimilar del platillo? ¿será el valor? ¿tal vez la inteligencia?...¡Ops! Esperemos que no sea la fuerza.
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