miércoles, 8 de octubre de 2008

Las bardas derruídas

Y nada. Que entre el pasar de los años y las urgencias de criar a los niños siempre queda un sueño pendiente. Soy caricaturista político de profesión; estudié periodismo y escribo artículos eventuales de humor y sátira social, y hace aproximadamente 8 años comencé a pintar. Desde pequeño siempre quise ser pintor. A la manera de Miró, Picasso y Van Gogh. No quería ser otra cosa. Pero en un pueblo rural la gente no ve eso con muy buenos ojos. ¿pintor?, decían, ¿y qué piensas comer? ¿estás dispuesto a morirte de hambre? Y al final el peso de las dudas sembradas le relegan el sueño a un rincón oscuro de la conciencia y el corazón. Hasta que un día el hastío de lo cotidiano y la repetición de un día tras otro, todos iguales, te suenan la campana de alerta y te susurran que algo te falta aún. Es ese viejo sueño que dormitaba en los pliegues del olvido y la memoria; que enmohecido por el abandono no ha muerto. Y entonces tomas un lienzo, un pincel e inicias una lucha angustiosa y difícil. Más angustiosa y difícil que la lucha de tu rutina diaria. Pero, eso sí, más llena de encanto y satisfacciones. Comienzas a crear y cada nuevo cuadro que logras -uno entre decenas malogrados- le inyecta un nuevo aire de frescura a tu vida. La sientes más amplia, más llena y, sobre todo, menos restringida porque con tus nuevos esfuerzos has echado por tierra las cercas y bardas que la limitaban.

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